Ver y callar es participar.
El bullying no es nada nuevo, ha pasado toda la vida, solo que ahora se le ha puesto nombre y se ha dado visualización a un problema tan antiguo como la civilización .
En 1844 se escribió el cuento, “El patito feo” que todos conocemos y que aún se cuenta a los más pequeños.
Un patito repudiado y humillado por los demás por ser diferente, que acaba convirtiéndose en un maravilloso cisne al que todos admiran.
Quizás fuera el principio de esa visualización, de una conducta que educa hacia el mal.
El daño cognitivo que produce este fenómeno social, al que nos enfrentamos en el mismo momento en que empezamos a socializarlos y a educarnos, nos enseña a ubicarnos en un mundo hostil bajo una elección binaria sobre hacer el bien o el mal, por acción o por omisión, y que luego extrapolamos al resto de nuestra vida sea como víctimas o como ejecutores.
Las campañas actuales contra el bulling promocionan sobre la consciencia de todos los alumnos que no deben quedarse callados ante la acción del bully. Y está muy bien.
Es bueno promover que la sociedad se auto regule y que por si misma, sin agentes externos ( policías), que se auto censure las actitudes malignas.
Sin embargo primero hay que corregir el sistema que propicia y alimenta al bully.
Antes de traspasar la responsabilidad de “corregir” al bully a los propios alumnos, cuando en muchas ocasiones están sometidos al miedo que este o estos generan , obteniendo un gran poder, por encima del educador o del propio centro.
Son las estructuras organizativas de los centro de enseñanza, las actitudes de los educadores, las herramientas que disponen, la permeabilidad frente a familias que no educan en casa ,o se enfrentan al sistema educativo por incapacidad de gestionar el ego.
Es decir, hay que preguntarse como sistema, cómo crear una inflexión en los ambientes, como ejercer el poder de la institución frente al poder del miedo y del mal ya aceptado y normalizado.
Hoy se defiende que los profesores son profesionales para transmitir conocimiento, no para educar valores.
Los centros de enseñanza no han cambiado prácticamente desde que los romanos lo inventaron para “educar” a la clase trabajadora o esclavos de aquella cultura.
Los niños ricos se educaban en sus casa donde recibían la visita de sus maestros.
Los planes educativos de cada centro de enseñanza que tengan por objetivo acabar con el bullying entre sus paredes, deben empezar por como si estructura organizativa está promoviendo que el “mal situacional “ ponga contra la espada y la pared a todos sus alumnos.
Como se gestiona el ejercicio de autoridad de que han sido dotados los educadores para desactivar la acción del mal promovida por el paradigma heredado del sistema en que enseñamos a las niñas y niños desde siempre.
Aunque suene extremo, No hay mucha diferencia entre un oficial del ejército que “omite” su responsabilidad sobre un soldado o grupo de soldados que maltratan a un prisionero y un profesor que mira hacia otro lado cuando sus alumnos humillan a una niña o un niño al que se obliga a ir cada día a su clase.
Pero ¿Qué puede hacer un profesional de la educación frente a la decadencia de los valores? No diré decadencia de la disciplina, diré decadencia del respeto.
¿Cómo van a respetar los alumnos a un profesor, si no se respetan a sí mismos?
Todo pasa por la implicación del sistema en la compresión de cómo se manifiesta, y en que condiciones el llamado “mal situacional”.
Pues ese es el reto. Sin pasar por vigilantes en los pasillos, o patrullas policiales en las puertas, pues cada vez que un uniforme entra en un centro como policía judicial es un fracaso del todo el sistema.