Decir-te-quiero
Imagen de Ben Kerckx en Pixabay

¿Cuantas veces has dicho “te quiero” en la última semana?¿el ultimo mes? ¿El último año quizás?

Ahora compara esa cifra, con la cantidad de seres que realmente quieres.

¿Crees que la relación numérica es la adecuada?

Generalmente no, resulta curioso, que pronunciar esta frase con sinceridad, sea una rareza en nuestra conducta cotidiana. Es como si estuviera envuelta en un papel de vergüenza o que debe ser relegada a un pequeño espacio en la intimidad para que no nos oiga demasiada gente.

Sin embargo, expresar esa emoción aporta una gran cantidad de beneficios tanto al que la dice como al que la recibe. Y digo recibe porque ese, es un acto necesario al que no se debe restar importancia.
Quien “regala” un “te quiero” debe ser correspondido en la misma medida emocional, basta con una sonrisa sincera, un beso o otro “te quiero”, no es de recibo un “yo también “ o bajar la vista al suelo.
Un “Te quiero” es un gesto subestimado teniendo en cuenta lo que realmente significa. Despreciarlo es un daño que queda en el recuerdo y genera emociones antagonistas a haberlo expresado.

Resulta curioso, que en los tiempos en que vivimos donde el humanismo es la corriente de pensamiento más extendida, donde las sociedades ya no miden su éxito por la renta per capita , si no la felicidad per capita ( como cuenta Noah Harari en su libro.)
Resulta curioso, decía, que en la búsqueda de la felicidad , las personas tengan una gran resistencia a mostrar su “amor” sea en la intimidad o en público.

Es triste que sea mucho más común y sencillo oír en la calle a la gente insultarse y quejarse, que oír expresiones mucho más amables, como las casi extintas “Gracias “

Quizás la gente piensa que mostrar su lado más emocional, sea un signo de debilidad. Hemos sido educados para reprimir ese tipo de emociones, esos “no llores” escuchados en la infancia o esos muros entre los bebés y sus padres ( cochecitos, cunas solitarias, pequeñas prisiones con barrotes de madera llenas de juguetes…) donde el calor maternal o paternal brilla por su ausencia.

¿Quien no ha vivido ese momento “incómodo”, en el que estando en el salón de casa o en una butaca del cine viendo una película, en el momento álgido de esta, se “escapan” las lagrimas, presa de las emociones que el director ha gastado millones para provocarlas, pero nosotros en ese salón o en esa butaca hacemos malabares para reprimir o disimular nuestra “debilidad” al mostrarnos emocionalmente afectados.

En contraposición cada semana la gente y los amigos se reúnen en el mismo salón o en un bar, para ver un partido de fútbol donde se grita a garganta insultos al árbitro o al jugador que hace una falta, y el desgarrador “gooooool” que sale del alma. Todo ello una inversión energética y emocional desmesurada a cuyo “receptor” le importa un pimiento.

Pero eso si, a la vista de los demás, creemos que ofrecemos una imagen mucho mejor.

En realidad volvemos a lo mismo, a cómo se nos ha educado, en escuelas donde en realidad se enseña a ser buenos trabajadores para empresas, fábricas o, en su momento, buenos soldados. Obedientes , fuertes y con control emocional. A toque de timbre, en filas, en entornos de cemento y espacios tristes y pequeños donde trabajar y en muchos casos uniformados o con batas , con la excusa de no manchar la ropa, pero uniformados.

Ese modelo educativo, propio de los años de la industrialización, ya queda muy atrás como para que siga vigente, es tiempo de cambiar, pues ahora las enfermedades mentales, los trastornos cognitivos, son los primeros en las listas de enfermedades de la seguridad social. Y lo peor, transmitimos esa “castración” afectiva, esa poderosa emoción de demostrar amor, a nuestros seres queridos, hijos, padres , hermanos, parejas y amigos.

Como prueba real de que ese sometimiento emocional existe. Vamos a tener que situarnos en esos momentos ineludibles que por ley de vida perdemos a un ser querido.
En nuestra cultura “celebramos” entierros y veladas fúnebres, donde nos despedimos, entre lágrimas, de ese ser que ya no volveremos a ver, ni hablar, ni escuchar, nunca más.Y probablemente hagamos “examen de conciencia”, en relación al afecto que hemos mostrado a esa persona ahora ausente.

Esas lágrimas, esas emociones desatadas, esos procesos depresivos ( en algunos casos) son probablemente y en gran medida la eclosión de todos los “te quiero” no dichos o no expresados con abrazos, besos o caricias, sonrisas, pasados y futuros.
Pues es menos dolorosa una despedida cuando sabes que quien se marcha, se va sabiendo que la amas, si la constante demostración de cariño ha sido visible, normal y natural durante todo el tiempo.
Pero eso no es normalmente así, nos da vergüenza abrazar a nuestros hermanos, nos da vergüenza besar a nuestros abuelas y abuelos, nos da vergüenza versamos en la calle con nuestra pareja, nos da vergüenza decir “te quiero” porque equivocadamente creemos que es una debilidad.

No dejemos que “San Valentín “ sea el único día del año donde podemos mostrarnos “cariñosos” , por el simple hecho de que “ese día se puede” y todo el mundo puede y debe hacerlo.
Mejor reordenamos nuestras prioridades, desaprendemos y rompemos los muros de contención a las emociones afectivas. Quitémonos los uniformes de trabajadores de fábrica o los uniformes de soldado de hace dos siglos, y empecemos una nueva forma de ser la versión más humana de ser humanos.

by David Baldoví