En el rincón más oculto de la mente,
donde las sombras danzan con certezas,
allí donde se forjan las promesas,
se teje lo que el corazón siente.

Creer, acto sublime, más que un sentimiento,
es el alfarero de la arcilla que trazas,
moldeando realidades, como el viento las brasas,
espejo del alma, reflejo del firmamento.

Sin embargo, ¿cuánto de lo que crees es algo cierto?
Ecos de voces ajenas, susurros del pasado,
dogmas heredados, sin cuestionar, sin freno.

Y en ese salto de fe suicida, tan quimérico,
donde creer se torna espada, sedienta de sangre
de agnósticos de nuestro crear aprendido,
descubrimos que lo que creemos, es más malo que bueno.
Y es virtud del tiempo decir que cuanto más se, menos creo.

Mas, al mirar de donde viene mi saber,
descubro mil voces, gritándome ya desde pequeño,
de cuando era un lienzo en blanco,
Y mil artistas, más malos que buenos, marcaron pinceladas
, trazos y diseños sabiéndose que con ello serían mis dueños.

No, parar, ya basta, quiero aprender mirando, oliendo, tocando, escuchando
a todo menos a vosotros, arquitectos.
Quiero querer sin guión, más que el de mi propio tiempo,
Desde mi corazón a lo más sutil en la punta de mis dedos.

Hay quien quiere sin querer intentando su creyendo,
Pués creen que el querer se gasta como el dinero.
El ejemplo viviente de un barco en deriva de mil puertos
y ninguno el destino en el que proveer un viaje verdadero.

Cada creencia es una puerta, un paso, una lanza,
Cuidate entonces, muy mucho de que, quien y porqué
aprendes lo que crees y si hace falta, volver a crear
desde el lindo blanco más sincero.