Si hay algo que las grandes mentes empresariales aman más que los gráficos de barras ascendentes, son los manuales “para tontos”. Sí, has oído bien. En un intento de democratizar el conocimiento, a menudo se nos pide que simplifiquemos la información al punto de hacerla insustancial. Es como si asumiéramos que nuestros colegas necesitaran rueditas en su bicicleta profesional, incluso cuando son perfectamente capaces de ir en dos ruedas.

Es un fenómeno fascinante, realmente. “Hagámoslo simple”, dicen, “para que todos puedan entenderlo”. Pero, ¿no se supone que el crecimiento viene del desafío? Desde cuando “salir de la zona de confort” se tradujo como “permanecer cómodamente sentado en el sillón de la ignorancia”.

Ah, pero no nos equivoquemos. Este fenómeno no es un acto de benevolencia para con los empleados. Es más bien una proyección transparente de las limitaciones de quienes ostentan el poder. Es como si dijeran: “Ya que yo no puedo entender este complejo entramado, vamos a asumir que nadie más puede”. Y así, bajo el disfraz de “técnicas de comunicación efectiva”, se perpetúa un ciclo de mediocridad que limita el crecimiento individual y colectivo.

Entonces, la próxima vez que alguien te pida que escribas un manual “para tontos”, recuerda: el camino hacia la excelencia no está pavimentado con la simplificación excesiva. En lugar de nivelar hacia abajo, ¿por qué no aspirar a elevar el nivel de toda la organización?

Después de todo, si quieres que tu equipo llegue a la luna, no los entrenes para saltar charcos.