Son muchas las voces que plantean el desapego como un elemento clave para ser felíz, las he leido, las he escuchado con atención y observo con curiosidad.

Algunas de esas voces inician su argumento con el concepto Budista, en el que que todo está en un constante cambió, en una constante transición, por ello, no tiene sentido creer que algo va a perdurar para siempre, poseer algo, sea un objeto, riqueza, poder o a alguien, conduce a la infelicidad.

Existe cuorum con otras acepciones de la felicidad en decir que “la felicidad es la ausencia de sufrimiento.”

Las corrientes de opinión que defienden el desapego cuentan que el epicentro de la felicidad está en uno mismo, que primero uno debe quererse así mismo y no exponer esa emoción a manos de nadie, pues al estar fuera de lo que está a nuestro alcance, ( la voluntad de otra persona), puede dañarnos y no podremos evitarlo ( el sufrimiento).

Me llamó la atención un dibujo que explicaba el desapego, consistía en dos viñetas, la primera describía el apego, aparecía una persona arrancando una hermosa flor y llevándosela consigo. La segunda viñeta describía el desapego, y aparecía esa misma persona disfrutando de la flor tan sólo observandola, sin llevarsela, ni alterar nada del lugar donde crece y florece.

Obviamente, la flor de la primera viñeta acaba marchitandose, pues ha sido privada de lo que necesita para vivir, y con ello la aparición de la tristeza de quién creyo que era suya y la de la misma flor. Mientras que en la segunda viñeta la flor sigue creciendo y florecimiento en plenitud.

Así que, la interpretación del desapego en las relaciones humanas, plantea, desterrar el sentido de la propiedad, de pertenecía, se trata de inferir la mínima injerencia en el camino del crecimiento personal e individual de cada uno.

Yo no puedo estar de acuerdo.

Es cierto que el crecimiento personal es tarea de uno mismo y es cierto que exponer emociones al devenir de las cosas que no podemos cambiar, ponen en riesgo el equilibrio que deseamos encontrar.

Sin embargo, opino hay una parte intrínseca en el ser humano que entiende el apego. El deseo de union, de cooperación perdurable, de establecer lazos afectivos sólidos, pues desde que empezamos a vivir en grupos, facilitó la supervivencia del individuo y no fuimos la única espécie que adoptó este sistema de cooperación social, el apego era una emoción útil para ese objetivo.

Hoy en día, una persona puede vivir perfectamente sin un compañero/a de vida. Vivir en su casa, trabajar, divertirse con sus amistades, disfrutar de varios amantes, visitar a sus familiares queridos ( sin apego, eso sí) y no tener ningún problema en su supervivencia. En estos tiempos, donde el desarrollo y crecimiento personal puede depender de tan solo uno mismo/s, se pueden tener tantas amistades como actividades queremos desarrollar, y no tener que hacerlo todo con una única persona, la pareja.

Si nos fijamos bien, en los roles sociales de las familias de las generaciones de nuestros abuelos ( personas del siglo XX), los agentes sociales, es decir, la Iglesia y el orden sociopolitico y cultural defendían aferrimamente que el apego era necesario, la pertenencia a un grupo dotaba de identidad y sentido a su vida, que además entregaría, si era requerido a ello para mantener el grupo unido, fuera una familia, un equipo de fútbol, una nación o incluso una empresa o una profesión.


Y aún así, en esos roles sociales, existía una norma no escrita donde los padres, entiéndase el padre de familia, debía ser una figura afectivamente lejana. Era quien imponía la disciplina y proveia de alimentos y dinero, pero no era el que abrazaba o contaba cuentos o corría por el parque detrás de una pelota.


¿Porqué?


Por exactamente lo mismo de antes, la altísima mortalidad infantil, por las guerras, por la pobreza, por la precariedad en asistencia sanitaria, de los 12 a 9 hijos que se tenían, varios no llegaban a la adolescencia y otros pocos a la edad adulta.
Frente al impacto de perder un hijo, era el padre el que se sentía afectivamente menos dañado, dado que no establecía vínculos afectivos, entonces su tarea era sobreponer a su esposa del dolor de la pérdida y seguir adelante, La resilenciía de la familia estaba asegurada en el menor tiempo posible y continuaban sin faltar a sus obligaciones. Los padres eran figuras realmente terribles, lejanos, despóticos, fríos y ausentes.

Su trabajo era no establecer apego en las edades tempranas de sus hijos. Ese rol, en el tenían que reprimir o re educarse en el afecto, los situaba en una zona frustrante y solitaria donde daban rienda suelta a su ira y frustración, con los que “podía” Claro.

Si nos fijamos al final de la segunda Guerra mundial, las cosas, cambian, las guerras masivas finalizan, porqué hay una bomba Atómica que dicta que más nos conviene estar en paz.
La industria y la ciencia se cobra sus beneficios bélicos y orienta sus objetivos en sacar su riqueza del bolsillo de la gente ofreciendo un mundo maravilloso contratando servicios y comprando productos. El capitalismo liberal.

La mujer se emancipa, ya no es la sumisa ama de casa, en el cine aparecen las primeras heroínas lejos de la sombra de un hombre, adquieren los mismos derechosque los hombres, votar, divorciarse, dirigir a trabajadores…

Ahora ya, el padre de las nuevas generaciones es mucho más cercano, hace las tareas de casa, lleva a sus hijos al cole, participa y comparte sus juegos, los abraza y les dice “te quiero”, igual que lo venía haciendo siempre la madre.

El desapego pues, es un mecanismo de defensa ante el dolor. Porqué, también hay quien dice que ” Querer es sufrir “, probablemente por lo que dicen los budistas, que nada es para siempre. Y querer como el que se lleva la flor en vez de observarla en el jardín, conlleva verla marchitarse.( como si la flor fuera inmortal). Dado que muere la rosa, pero no el rosal, y por tanto, que más da una que otra, mientras sigan floreciendo.

El desapego de hoy en día, yo lo entiendo como, ” Me gusta hacer lo que me place, sin tener que dar explicaciones o desplazar el centro de la felicidad, que soy yo mismo/a’.

Cuidado, el apego no es lo mismo que la necesidad, las personas deben poder vivir en plenitud sin “necesitar”.
Así que, de lo que se trata, es encontrar el equilibrio entre la necesidad y el desapego.

A mi me viene a la cabeza a una persona que comparte su vida con un perro. La persona puede quererlo con desapego, con afecto, pero sin una lazo afectivo intenso, sin embargo no va a poder evitar que él, el perro, lo quiera con el más absoluto apego.

Hoy nos debatimos entre los valores morales de uno y de otro, los sabios ancianos y ancianas dicen una cosa y los influencers y protagonistas de películas o supuestos personajes de éxito dicen otra.

Yo creo en sentir apego, creo que emocionalmente formar parte de algo exclusivo da identidad y sentido, sin servidumbres, sin emociones tóxicas, como una errónea concepción de la propiedad o de la necesidad.
Estar unidos en un equilibrio saludable es mi opción más cercana a la felicidad.
Puede que nada dure para siempre en este mundo, pero ¿Quién dijo que todo se acaba aquí?

El epicentro de la felicidad, no está quieto en un solo lugar. Hay que ser lo suficientemente humilde como para saber dónde se sitúa en cada momento, hay que entender que no existe la economía del afecto, querer a una persona no resta de quererse a si mismo. El querer no tiene una cuenta en el Banco del amor donde se invierte y se gasta. El querer no tiene límites.