Unkas y Onawa salieron del campamento de la tribu apache, muy pronto, era su día de caza.

Arcos, flechas, pieles y cuchillos repiqueteaban sobre sus cuerpos mientras se agarraban fuerte a sus caballos que trotaban rápido por el prado.

Onawa miraba al cielo y inhalaba el aire del amanecer y sus ojos se llenaban de las primeras luces del alba.

Unkas escudriñaba los olores en el aire para descubrir pronto a sus presas.

Cuando cayó el cuerpo herido del alce sobre el suelo, Onawa saltó pronto sobre el y le dio una muerte fulminante, rápída y limpia, después puso sus manos sobre su presa y le dio las Gracias.

A Unkas le parecía una costumbre bastante molesta, ellos perdían un tiempo valioso preocupándose y hablándole a una cosa que ya está muerta, que no oye, que no siente.

Al atardecer, bajo el “Árbol sagrado”, un anciano miraba atento el retorno de los dos guerreros, conocía bien a los dos pero estaba preocupado por Unkas.

“No hay árboles sagrados, hay árboles y punto, no hay espíritus en el bosque, hay depredadores que cazan ratones.

Cuando cazas, hay un solo pacto, uno muere para alimentar al otro, nada más.

A un oso mientras te destripa no le preocupa en absoluto tus gritos de dolor, te comerá y se marchará sin darte las gracias por entregarle tu vida.

El hombre blanco, no hace todas estas tonterías y los dioses no les castigan y pronto acabarán con nosotros.”

Unkas habló así frente a la hoguera, algunos estaban de acuerdo y a otros les entristeció escucharle, entre ellos, el anciano del árbol sagrado.

Hoy, desde un ordenador a miles de kilómetros y centenares de años de distancia decimos que Onawa y su tribu eran Animistas, ponían nombres a piedras, árboles y ríos, hablaban a los animales aún muertos y bailaban junto a la hoguera para pedirles cosas a las estrelllas.

El animismo murió, fue abandonado poco a poco, los hombres blancos tenían otras creencias, y aunque no todos, creían en un solo dios que les observaba desde el cielo, esperaba su muerte para juzgarlos y decidir si su alma pasaba al cielo o se marchaba al infierno a sufrir para la eternidad.

Sin embargo, al oír de la historia de Unkas y Onawa, y si os pregunto ¿ Como creéis que murieron cada uno? Probablemente nos veamos empujados a pensar en primera instancia a que Unkas cayó en el fragor de una batalla contra los casacas azules y Onawa pasó a ocupar un lugar bajo el árbol sagrado donde un día no despertó.

Y este es un fenómeno curioso, porque la historia nos muestra que la mayoría de ocasiones la vida es muy cruel, y que probablemente Unkas tenía razón. Pero ¿ porqué cientos de años después, el animismo se mantiene latente en nuestro interior?

¿Porqué después de haber pisado la luna, haber creado un ordenador teórico cuántico, y poder sanar a alguien cambiándole el corazón, muchos abrazamos las creencias animistas ?

Hoy es el segundo día de confinamiento, el primero de la entrada en vigor del estado de emergencia en mi país. En otros, ya hace tiempo que lo están, todos intentan frenar la expansión del covid-19.

Las tecnofamilias de mi alrededor exprimen sus móviles con juegos y películas y creen poder seguir socializándose gracias a unas redes virtuales donde se hablan unos a otros.

Pasan las horas y empiezan a angustiarse por haber perdido la libertad de decidir cuando salir a la calle. Hace unos días se hubieran alegrado tanto de no tener que ir a trabajar o estudiar y poder quedarse en casa… hoy ya es otra cosa, empieza a ser como un arresto domiciliario.

Al atardecer ocurre algo muy extraño, alguien desconocido, propuso ,en un espacio virtual ( que no existe) a miles de personas desconocidas, que sería buena idea salir al balcón o a la ventana de sus hogares y aplaudir para dar las gracias a otros desconocidos que trabajan incansablemente en hospitales contra el covid-19.

Y así fue, cada día a esa hora las calles vacías se llenaban del ruido de los aplausos de miles de personas que lanzaban su agradecimiento al aire con el deseo de que este llegara flotando a todos los médicos por su esfuerzo.

Bienvenidos de vuelta al animismo, hoy Onawa dibujaría una sonrisa bajo el árbol sagrado si pudiera observarnos.

No todos, claro, hoy el mundo está regido por los Unkas , cada tarde, mientras muchos dan tímidos pasos hacia esa re-conexión con el mundo y consigo mismos que el animismo les brinda, salen a aplaudir a un cielo sordo, otros cientos de miles los miran con desprecio y piensan sobre lo absurdo de su conducta y que hay que dejar de hacer el imbécil.

Hoy les digo a esos Unkas, que ellos también hacen cosas absurdas e inventadas, como cambiar cosas que se pueden comer por un pequeño papel que no sirve para nada. Cambian ropas calientes por piezas de metal pequeñas que no sirven para nada.

Confían en “organizaciones” que no existen y les ponen nombres y acuden a esos lugares cuando lo necesitan. Exactamente igual que Onawa y su árbol sagrado.

Así que puestos a hacer el imbécil , yo elijo dar las gracias a la lechuga que hoy comeré por darme su vida para alimentarme.