Levantó los ojos de su libro, miró por la ventana para ver en qué punto del trayecto se encontraban, vio como dejaba atrás algunos árboles, un prado de amapolas y al fin, un lugar conocido, el embarcadero del gran lago…
-Diez minutos y parada… pensó.
Ella no solía coger el tren y se sentía intranquila por pasarse de largo.
Su mirada buscó de nuevo en el libro pero en el camino reparó en el chico que estaba sentado frente a ella. Miraba con atención lo que pasaba más allá del cristal, aunque parecía que su pensamiento fuera aún más lejos.
– Es bonito, en esta época del año, ¿verdad? Rompió el silencio el chico.
– Ehm.. si.. muy bonito… respondió ella por no parecer descortés.
Ella bajó la mirada de nuevo entre las letras del libro, buscó el punto donde lo había dejado… se sentía algo incómoda por haber llamado la atención del chico.
En el párrafo siguiente, no ocurrió nada interesante, así que levantó furtivamente la mirada hacia a aquel chico.
Con el cabello negro, que parecía mojado y que se descolgaba por su frente desordenado, dejando apenas espacio para la mirada.
Ella lo vio cerrar los ojos, inspirar suavemente por la nariz y al poco tiempo dibujar un pequeña sonrisa.
– Amapolas… murmuró él.
Ella miró por la ventana y las vio. Cientos de rojos pétalos pintaban un vigoroso cuadro en aquella ventana de cristal.
– Es la época… sin embargo… su fragilidad no hace justicia a su rojo intenso.
El apartó la mirada del cristal y la miró. Su pequeña mueca se marcó en una clara sonrisa.
– Es verdad, apenas acaricias sus pétalos, y se desprenden del tallo.
Sin embargo, estos prados son tan intensos… dijo volviendo la mirada más allá del cristal.
– ¿Es usted pintor? Se aventuró a preguntar ella, al percibir de una forma clara la sensibilidad del chico hacia coses como los colores y los olores.
– ¿Pintor? , meditó… dudo que alguien entendiera mi obra.. No señorita, no pinto. Me dedico a la música… dijo mirándola… aunque, de alguna manera.. la música es como pintar el silencio, ¿verdad?
Ella se sintió desconcertada con aquella respuesta. Sin duda estaba ante alguien complejo. Aquellas frases distaban mucho de una conversación superficial de vagón de tren.
– Si, de alguna manera es así… mi verdadera pasión, como puede ver, es la lectura. Dijo enseñando su libro.
Esta vez, el chico no se movió. Y siguió con la mirada perdida tras el cristal.
– Y ¿Qué está leyendo señorita? Dijo arrastrando la voz.
– Ehm… es sobre un viaje… un viaje a un lugar lejano…
– Entiendo… le gusta mirar por los ojos de otros…
– ¿Cómo dice? Respondió ella frunciendo el ceño…
– Puede que no haya aprendido aún a disfrutar de sus sentidos.
– ¡ Oiga!
– No se moleste… soy un poco… maleducado.. perdóneme.
– ¿Qué ha querido decir con que no se disfrutar de mis sentidos?
El chico, cerró los ojos, inspiró profundamente aire por la nariz…
– Le diré algo sobre usted…Orquídeas… y… mar…
Ella se sorprendió. Al verse descubierta en su casa de la playa regando sus Orquídeas salvajes.
– Mire allá afuera… campos de amapolas, hierba fresca… de cuando en cuando una casa donde cuecen el pan de la mañana…
El chico empezó a narrar al detalle lo que iba pasando tras el cristal, adornado con fragancias, con colores y con lo que posiblemente provocaba aquellas propuestas.
De repente… calló y dijo…
– Ya llega mi estación.
Ella miró por la ventana y comprobó que efectivamente el lugar le era familiar.
– Si yo también me bajo aquí… he de decirle que envidio su forma de mirar el mundo.
El chico sonrió, mientras se incorporaba…
– No crea… más bien la envidio yo a usted.
De la estantería, el chico agarró una bolsa de viaje, y de su lado… un largo bastón de color blanco.
– ¿Le importaría acompañarme hasta el andén? No conozco muy bien el lugar…
De forma incontrolable, a ella se le puso la piel de gallina, le costó unos segundos entender que significava aquél bastón y finalmente entendio que aquellos ojos no veian… y se le llenaron los ojos de lágrimas…
– No claro… por supuesto… le cogió de la mano que recostó en su brazo.
Ambos recorrieron en silencio el pasillo del vagón número 5, hacia la escala que llevaba a la estación 39.
– ¿Vive usted por aquí? Dijo ella… quisiera volver a charlar con usted.
– ¿ Charlar? Dijo él mirándola.
– Bueno… creo que… me gustaría que me enseñara a ver las cosas.
Él sonrió con una generosa sonrisa…
– Será un placer… recuerde… “no hay más ciego que el que no quiere ver”
Ambos bajaron del tren y entraron en la estación, se invitaron a un café , mientras concertaban una cita después del concierto de piano que él iba a dar en el teatro.
En ocasiones en la estación se unen caminos que jamás se hubieran cruzado si no fuera por el tren.
By David Baldoví