Aquella mañana húmeda y gris, tristes tañían las campanas en el campanario.

Una densa niebla había llegado al lugar y ni los pájaros alzaban el vuelo temerosos del denso ambiente.

Trajes oscuros en silenciosas figuras, salían de sus casas en dirección a la capilla.

Mortimer Kawinsky… …. … hoy, te decimos adiós. Inició su sermón el Padre Vincent.

En los días húmedos y fríos como aquél, pocos viajeros permanecían en el andén y pasaban a refugiarse en el bar de la estación 39 que se llenaba de ruido.

En una esquina de la barra, justo donde esta se acababa y se fundía en la pared, parecía esconderse un hombre, bajo un tupido traje y su capa marrón a cuadros.

– ¿Lo de siempre, señor?

– Si… Gracias

El señor Ramón daba un excelente servicio en aquel bar, le gustaba tratar a la gente de forma especial, hacía que sus clientes se sintieran a gusto, como si aquel lugar fuera una parcela de su hogar. Tantos años llevaba allí trabajando, que de hecho lo era, su hogar.

En la capilla se escucharon los tan practicados sollozos de las plañideras de la Parroquia. No eran sinceras, pero servían para arrastrar el llanto a los que quizás si sentían la necesidad de llorar, sin embargo eso no ocurrió. Nadie lloró. Pues pocos habían conocido bien al joven Kawinsky, fallecido en su hogar en los brazos de su joven esposa.

En el patio de la iglesia, en un pequeño cementerio las ultimas palas de tierra cubrieron por completo el ataúd; Una lápida de brillante mármol gris coronó la tumba, Mortimer kawinsky 1975- 2010.

– “Aunque camine por el Valle de las Sombras, nada he de temer, pues El Señor esta Conmigo…” Rezaba solemne el padre Vincent.l

Poco a poco los escasos asistentes al acto, se fueron retirando ansiosos de calentar sus pies y manos frente un buen fuego. Pero allí frente a la recién estrenada lápida, quedó una figura, una mujer de rostro pálido como la mismísima niebla, en su mano una flor de áster, que dejó caer sobre la tierra sin apenas mover la mano.

– Tocaban a entierro esta mañana. Dijo el señor Ramón mientras pasaba el paño sobre la barra.

– Si, un dia triste …

– Bueno, es ley de vida. Replico el señor Ramón.

– Era un tipo joven… tenía todo por delante. Respondió sombrío el hombre de la barra.

– Si… desde luego… lo que puede llegar a hacer el amor, ¿verdad?

– ¿Sabe a que hora pasa el tren? Interrumpió el hombre para cambiar de tema.

– Puntual como siempre amigo, esta vez procure no perderlo.

El hombre de la barra, alzó la vista i miró seriamente al camarero, que le sostuvo la mirada firmemente.

– Nadie sabe lo que pasó, solo que murió junto a ella.

– Oh! Si.. desde luego… no quise molestarle… este viejo camarero habla más de la cuenta.

La puerta del bar tintineó, y todo el mundo enmudeció; bajo el marco de la puerta entraba la mujer de piel pálida, su cabello mojado dibujaba caprichosas filigranas en su rostro. Unos enormes ojos negros escudriñaban el local y se posaron sobre el hombre en el rincón de la barra.

En silencio caminó hacia él..

El hombre también palideció, se levantó temblando y apenas murmuró un nombre…

Se encontraron frente la vieja radio del bar, y se miraron en silencio. La gente empezó a susurrar entre ellos.

– ¿Qué has hecho? Le dijo el hombre a ella, poniendo sus manos en su pálido rostro.

– No podía seguir sin ti, huyamos juntos Mortimer, amor mío… dijo ella con una voz suave y dulce, como si se acabara de despertar.

Se quedaron ahí en silencio mirándose. Mientras, el padre Vincent corría desesperado bajo la lluvia hacia donde había oficiado el entierro, y allí mismo yacía sin vida el cuerpo de una mujer. En su mano aferraba un frasco que goteaba aún el líquido letal. Nada pudo hacer más que rezar y llorar.

En la estación 39, sonó la campana del viejo reloj y el jefe de estación se preparó para recibir al tren.

Cogido de la mano de su amada, Mortimer miró al viejo camarero y dibujó una sonrisa, y dijo:

– Ahora si, viejo amigo…

– Me alegro mucho, si … Cuentan que es un viaje fantástico. Dijo el camarero, limpiándose las manos en el delantal.

– ¿Cuando cojeras el tuyo? Le dijo Mortimer Kawinsky al viejo camarero.

– No lo se, creo que mi lugar está aquí… quizás algún día.

– Bien, te esperaremos… eso si, no le cuentes a nadie lo nuestro, por favor…

El silbato anunció la llegada del tren, y puntual llegó una flamante locomotora Royal Hudson reluciente como recién salida de fabrica, arrastrando tras de si 15 vagones.

Al detenerse, suavemente, las puertas se abrieron, y nadie bajó. Solo subieron los pasajeros que acababan de salir del Bar, nadie portaba equipaje. Junto a ellos, Mortimer y su esposa, subieron en el vagón número 5, donde se fundieron en un abrazo.

Sin apenas ruido, el tren inició su marcha y se desvaneció en la niebla, apenas pasada la estación 39.

By David Baldoví