Lo siento hoy pero no, voy a hablar de sado-masoquismo, ni de juegos sexuales que encuentran en el dolor, el camino al placer erótico. Y aunque es un tema interesante del que da mucho de que hablar, hoy comparto una reflexión en un sentido diferente.

A lo largo de los años he visto en demasiadas ocasiones un extraño, fenómeno en la conducta de, no pocas, personas en relación a esas otras que forman parte de su círculo afectivo . Madres, Padres, hermanos, amigos, parejas, hijos, etc…

Te hablo de esas actitudes o acciones, deliberadas y conscientes, que producen dolor y sufrimiento emocional en esas personas queridas y al hacerlo, sienten una intima sensación de satisfacción, podríamos llamarlo placer.

Los psicólogos probablemente le habrán puesto un nombre de psicólogo del tipo “Efecto de lesión por el auto reconocimiento o de confirmación afectiva “, a saber, y probablemente ahondarán en una explicación sobre la empatía y la autoestima.

Pero lo cierto es que probablemente todos conozcamos esas emociones, en mayor o menor medida, en algún momento de nuestra vida. Porque en algún momento hemos estado más o menos cerca del efecto de este fenómeno.

Es tan extraordinariamente habitual que lo aceptamos con una alarmante resignación y … no podemos estar más equivocados.

No es cuestionable que estas actitudes entran dentro de los maltratos. Pues, como sabes, hay muchas formas de maltratar, peero estos no entran dentro del tipo penal y no son punibles ni castigados.

Así que..¿Qué ocurre con estas situaciones en las que alguien hace sufrir a un ser querido?

Algunos estudios lo explican de la siguiente manera:

Algunas funciones del cerebro humano están diseñadas para crear vínculos afectivos o alianzas con otras personas con el objetivo de asegurar la supervivencia, aunque el trasfondo de esos vínculos o alianzas sea la auto protección, el cerebro asimila a las personas queridas como si fueran uno mismo.

Es decir, Las personas sanas, cuando sienten que alguien querido corre peligro, sentimos su angustia cómo si fuéramos nosotros mismos.

Tengo muy presente el recuerdo de ese sufrimiento en el rostro y llanto de en una madre que ha perdido a su hijo en la calle y después de mucho buscarlo y no aparecer.

De esa chica que, en medio de la noche, se presenta en una comisaría para pedir ayuda, dado que su pareja debería haber llegado a casa y no sabe dónde está , ni contesta al teléfono y nadie le ha visto.

Y ya entrando en lo más oscuro, la indescriptible angustia de una madre que no tiene noticia de sus hijas después de que su ex marido debería haberlas llevado de vuelta a su casa.

De estos tres ejemplos, ninguno tuvo final feliz y dos de estos casos fueron noticia en los sucesos de los periódicos y TV.

Así que , lo que dicen los estudios, podemos darlo por cierto, las personas hacemos nuestro el sufrimiento de las personas que queremos porqué existe una amenaza real.

Nos ponemos en peligro para salvar o evitar ese sufrimiento ajeno, saltando al mar para rescatar a un niño que ha caído a las olas, Nos enfrentamos a un ladrón armado que amenaza a tu pareja, nos ponemos en medio de un paso de zebra para garantizar que los demás crucen sin peligro, y rebajando lo dramático… todas esas cosas que hacemos “por amor”.

Sin embargo, ¿Qué les pasa a las personas que parecen disfrutar generando sufrimiento a sus seres queridos?

Según esos mismos estudios, esas personas también viven el sufrimiento de otros como el suyo propio, como el resto de cerebros humanos, el problema es el concepto que tienen de si mismas, su autoestima, su capacidad de auto protegerse, de cuidarse, de tener responsabilidad sobre si mismas.

Son personas que no se valoran, se valoran mal, poco o nada o ya en el extremo son personas que se desprecian.

¿ Cómo van a evitar el sufrimiento de otras personas si no evitan el suyo propio?

En este abanico de posibilidades también encontramos a personas que “ponen aprueba” el afecto de los demás provocándoles sufrimiento, de ésta manera pueden medir que cantidad de amor sienten los demás por ellos, equiparando cantidad e intensidad de sufrimiento con cantidad e intensidad de amor.

No hace falta estudiar psicología para ver el enorme problema de inseguridad que convive con este tipo de personas. Y podríamos llamar a lo suyo como el anti-amor o coronamor-tóxico

Sin embargo, son éstas las que experimentan cierto placer con el sufrimiento de sus personas queridas.

¿Llorará por mi? Quiero verlo.

¿Se pondría en peligro por mi? Voy a verlo.

¿Lo dejaría todo por mi? Voy a probar.

La inseguridad vive dentro del cerebro de estas personas y creen a ciencia cierta que la solución a su inseguridad está fuera de su cabeza. Nada pondrá fin a sus “pruebas” con sus padres, hermanos, amigos o parejas, pues verlos sufrir les satisface, ese sufrimiento no lo interpretan como propio, si no que lo entienden como una forma perversa de medir cuanto amor sienten hacia ellos.

Experimentarán el placer de hacer sufrir.

Nadie merece sufrir por capricho, o por el egocentrismo de otro o por sus inseguridades.

¿Una obviedad? Pues no, este concepto es relativamente nuevo, lo hemos integrado en nuestra lógica desde que el humanismo se extendió en las sociedades.

Según el historiador Noah Harari el humanismo sacralizó a los seres humanos por encima de todo. Fue cuando Nietzsche dijo “Dios a muerto”.

Dado que el ser humano al reconocer en sí mismo como el sentido de la vida, pierden la fe en los seres superiores que dictaban ese sentido en la vida.

A lo largo de la historia se han sacrificado personas en rituales religiosos, empezando por el mismo Jesucristo que se auto sacrificó por todos los demás y acabando por los aztecas sacrificando a sus campeones de tlachtli, 1500 años a.c.

Así que, hasta no hace mucho, el sufrimiento ajeno era eso, ajeno.

En general, observando la historia de la humanidad, el sufrimiento de los seres queridos ha sido una asignatura suspendida hasta el recientemente extendido humanismo, aún así, seguimos honrando cuando un hijo se alista en el ejército para que, dado el caso, muera por la nación, seguimos levantando los hombros cuando un jefe imbécil maltrata a nuestros seres queridos en un trabajo, sea con el trato o con las condiciones laborales.

( Recordemos que el jefe imbécil que hace sufrir a los demás, no hace sufrir a seres queridos si no a lo que considera personas inferiores en una enfermiza forma de sadismo e ineptitud como líder).

O esperamos que la administración ponga fin al bulling que sufre nuestro hijo que desea morir en un centro escolar que lo permite, como así lo permiten el resto de alumnos cobardes.

El humanismo, aún tiene recorrido por hacer.

Pero volvamos a nuestras queridas personas que disfrutan con el sufrimiento de los que les quieren. ¿ Que pasa con ellos a la larga?

El cerebro humano también evita a cualquier coste el sufrimiento por una cuestión de supervivencia, la ansiedad ( cuanto más sufre, menos años vive), el estrés, el miedo, son emociones que el cerebro se esfuerza en corregir y a la larga lo consigue:

El amor que genera sufrimiento se transforma en indiferencia y en última instancia en desprecio, dado que cuando superamos el miedo, tendemos a alejar o eliminar la amenaza.

Perder un amor a todos nos da miedo emocional, pero si este amor provoca sufrimiento, acabamos eliminando el sufrimiento de la ecuación y con ello liberarnos también del miedo.

Así que la aritmética emocional resuelve que quien hace sufrir elimina el afecto y cariño de los demás hacia ellos y ello conduce a la soledad , aún estando en una fiesta lleno de gente y aún incluso con alguien hablándote y sonriéndote, se trata de una soledad afectiva, terrible y profunda, un vacío interior desolador.

Ya nadie les teme, ya nadie les otorga el poder de hacerlos sufrir y por mucho que hagan , por mucho que multipliquen su promiscuidad , a nadie le importa, por mucho que pongan su vida en peligro con deportes extremos o viajes arriesgados a nadie le importa, por mucho que acaben escenificando su suicidio, sus autolesiones, nadie va a volver a entregarles algo tan valioso como su amor.

Un día amanece en un cementerio , el sol brilla en el cielo, los pajaritos cantan y el de la funeraria, mira al rededor, levanta los hombros se lleva a incinerar un solitario ataúd que nadie llora.