Iba a empezar diciendo, “Hoy en día”, cuando me he dado cuenta que, en realidad, ha pasado siempre, así qué diré: Ha pasado siempre que nuestra torpeza a la hora de establecer relaciones o vínculos afectivos con otras personas, es tan desmesurada que són fuente inagotable de inspiración de literatura, canciones, cuentos , películas, coaching y terapias.

¿Qué nos pasa?

Somos capaces de enviar robots a marte, de explorar abismos avisales o de recorrer medio planeta en tan solo un puñado de horas volando entre las nubes. Pero, que poca ingeniería emocional hemos desarrollado. Que poco capaces seguimos siendo para reconocernos como seres sintientes.

En el año 2020, vivimos la tragedia de una pandèmia que provocó una “pausa” en nuestras interacciones sociales, tuvimos que encerrarnos en espacios sin sociedad presente.

Este acontecimiento, provocó una increíble aceleración de la revolución tecnológica a la que ya estábamos expuestos, pues la tecnologia en si misma es aceleración.

Más allá de actividades “sociales” clandestinas, ese tiempo, se convirtió que en un test de presión de nuestro interior y encerrado en un entorno reducido. Fuimos testigos del drama de millones de pérdidas humanas en condiciones inhumanas, en tanto a la privación del contacto de los seres queridos a la hora de decir adiós.

Afloraron desmesuradamente como “efectos secundarios” transtornos de ansiedad, depresiones, y una larga lista de problemas vinculados a nuestras relaciones interpersonales y especialmente intro personales, si es que esa palabra existe.

El resultado de ese escenario es observable ahora , en estos tiempos donde aún resuenan los ecos del drama, ahora que las barreras físicas y amenazas invisibles, aparentemente han desaparecido.

Hoy más que nunca, se extiende una retórica del autocuidado, el auge de la búsqueda de la gestión emocional de forma individual, sin dependencias o apegos externos, un resurgimiento de aspectos significativos de la escuela del estoicismo ( siglo III a.c.). Quizás no demasiado bien interpretada.

Que viene a decir, yo soy responsable de mi propio bienestar, tanto físico como emocional.

Se promueve una actitud en la que nos replanteamos el apego con las personas con quién mantenemos de una forma u otra un vínculo.

Salen a la luz, las categorizaciones del “apego”, sin ni siquiera tener muy claro que significa.

Aparecen argumentaciones que desarrollan tesis sobre los tipos de apego, el apego seguro, el ansioso, el evitativo, el desordenado…

Nos cuentan que cada una de estas categorias esta definida por nuestra forma de vernos a nosotros y a los demás. A modo de ejemplo, una persona que es segura de si misma pero que desconfía de los demás crea el apego evitativo, que se caracteriza por no estar disponible emocionalmente y no dar amor fácilmente o rápidamente.

Una argumentación coherente sobre el apego ansioso, que se define en personas que no confían en si mismas, pero confian en los demás. Este apego genera ansiedad, codependencia, y quien lo establece da amor fácil y rápido.

Observa bien la ecuación.

En mi opinión, y en contra de lo que defiende el estoicismo o el budismo, es que no somos capaces de evitar el apego, somos animales sociales y estamos “programados” para relacionarnos con otras personas y eso implica generar algún tipo de apego.

En el momento que nacemos ya venimos con un vínculo con nuestras madres, su presencia y cuidados son indispensables para sobrevivir.

Y aquí viene lo interesante, en las generaciones pasadas, la relación padre e hijos era muy distinta a la de ahora, los niños y niñas, prácticamente no recibian refuerzos emocionales o los que se practicaban eran marcadamente deficientes, como dejar a una niña o niño pequeño a su suerte emocional frente , a lo que en aquel momento era un fracaso, una humillación o un “no encajar” en los parámetros sociales, el uso indiscriminado del “tienes que ser fuerte”, o “los niños no lloran”.

No es que lo hicieran mal los padres y madres de aquel momento, hacían lo que sabían y podían, unos mejor y otros peor, y hay que valorar que ellos en su infancia se habían desarrollado en entornos aún más deficientes.

El resultado de aquellas generaciones fueron,.y probablemente ahora tambien se dan, en que niños y niñas desarrollan una habilidad para percibir de forma muy sutil los estados de ánimo, la comunicación no verbal, los detalles o momentos óptimos de sus papás y mamás para reclamar afecto y atención.

Y eso nos lleva a que , esa “programación”, esa “habilidad”, persiste en el resto del desarrollo de una persona e incluso ya en la madurez, gente en la que habita una niña o un niño solo/a e inseguro/a.

Dicho esto, volvemos a mirar la ecuación del denominado apego ansioso.

Del que nacen frases “Sin ti, mi vida no tiene sentido”, “Daría toda mi vida por tu amor”, y de este tipo de apego hay que desprenderse.

Es decir, la muerte del legado de Shakespeare , y es que no les falta razón, la vida es demasiado valiosa como para ponerla en manos de las preferencias cambiantes de otra persona.

Y si la felicidad es la ausencia de sufrimiento, y si el amor duele, es que no es amor, es un apego de los malos. Quizás sea cierto que en ningún caso el amor debe doler.

Dicho esto, quizás vale la pena, dar un paso decidido hacia esa dirección, porqué, como decía al principio, no nos ha ido muy bien hasta ahora.