Cerebro

Si sentáramos en la misma mesa a estos tres grandes autores-investigadores que han escrito sobre nosotros y si les invitáramos a que cada uno comentara las investigaciones y conclusiones de los otros, posiblemente sería una de las conversaciones más interesantes a escuchar.

Philip Zimbardo , un psicólogo que en la década de los 70 realizó el famoso experimento de la universidad de Stanford, un experimento que probablemente cualquiera que se haya aproximado a la psicología conocerá, pues después de construir en los sótanos de la universidad una cárcel imaginaria, se invitó dos grupos de estudiantes normales y sanos a hacer de guardias y carceleros.

El experimento se suspendió mucho antes de lo previsto pues lo que allí pasó describe aspectos importantes de la maldad humana.

Para descubrirlo es necesario leer su libro “El efecto Lucifer, el porqué del mal”.

Daniel Khaneman , otro brillante psicólogo que fue ganador del premio novel de economía, escribió su famoso libro “Pensar rápido , pensar despacio” y con el, mostró al mundo lo que ocurría en sus cerebros durante sus vidas cotidianas y las situaciones extremas, con ello también proyectó luz sobre el misterio de nuestra conducta y como tomamos decisiones.

Yuval Noah Harari, un historiador que se elevó en el espacio para ofrecer una visión completamente innovadora del comportamiento de humanidad desde sus orígenes hasta su inquietante futuro.

Sus obras “Homo sapiens” y “Homo Deus” no dejan indiferente a absolutamente a nadie precisamente por esa visión fuera de cualquier dogma, disciplina o corriente de opinión.

Lo interesante de sus trabajos es que hablan de nosotros, todos nosotros. Si sumamos las conclusiones de todos ellos obtenemos probablemente una imagen muy nítida de nosotros mismos. Y ese, es un ejercicio que conviene hacer a lo largo de nuestra vida.

Tanto Khaneman como Harari coinciden en concluir que no somos “una” persona, que teniendo en cuenta diferentes factores somos “muchas” personas, más allá de la idea binaria de que somos buenos y somos malos que Zimbardo demostró.

A lo largo de nuestro recorrido en la vida adoptamos muchas formas aunque en todo momento creemos y decimos ser “nosotros” con un carácter claro y definido y los tres nos demuestran que es falso.

Nuestro cerebro es uno de los misterios más insondables que la ciencia se empeña en mapear, comprender, moldear y dominar por evidentes intereses, desde el médico, el económico, el militar y el espiritual o religioso.

Y mientras eso ocurre “nosotros”, seguimos adelante sin importarnos demasiado, ya que pocos se plantean la gran pregunta que llevó a Philip, Daniel y Yuval a dedicar años de su vida a dar algunas respuestas o un enfoque adecuado.

Si bien, la gran pregunta ha ido siendo respondida con religión, espiritualidad o dogmas políticos, resulta que aún no nos creemos de verdad ninguna de esas respuestas. Y sin embargo la humanidad a adquirido una velocidad “evolutiva” sin precedentes, tanto es así que por primera vez, no tenemos ni idea de lo que realmente ocurre a nuestro alrededor por mucho que creamos que estamos al día sobre política, tecnología o medicina.

Y si a esa mesa, se sumara Naomy Klein y revelara los detalles de su libro “La doctrina del Shock” que habla de “ellos” , los que mueven los hilos, los que cambian gobiernos y los que ganan millones después de un Tsunami, quizás podríamos estar escuchar un debate sobre la “naturaleza” de ese misterioso cerebro, quizás no escucharíamos lo que nos gustaría sobre el aporte de nuestra especie sobre si misma y por ende, sobre el resto de formas de vida conocidas en este maltrecho planeta.

Quizás también, si hubiera sido posible, deberíamos sentar a la mesa a Eduard Punset, alguien que decidió compilar el conocimiento científico sobre “nosotros” y divulgar hasta donde llegaba la ciencia en la comprensión de “cosas” como el amor y la felicidad.

La fusión del conocimiento que los divulgadores como Punset se esfuerzan en agrupar y dar un sentido en un ámbito, es probablemente la fórmula más adecuada para obtener una idea nítida de ese sentido y ese ámbito.

La fusión del conocimiento no era para Punset una apuesta badalí y las grandes mentes científicas se sentaron con el y respondieron a sus preguntas.

Hoy el conocimiento se fusiona por si mismo, como una entidad con conciencia, encerrado en una tecnología que también se mejora así misma como si tuviera “vida”. Y aunque para muchos puede resultar inquietante, la inteligencia artificial ya no se puede acotar, frenar ni parar, está en marcha, no descansa y lo revoluciona todo cada vez más rápido para si misma y para el conocimiento.

Pero no hay que asustarse de este Frankenstein amable que tenemos a nuestro “servicio”, o eso creemos. Aún no es capaz de resolver el misterio del cerebro humano, aún no puede reproducir las reacciones bioquímicas de miles de millones de neuronas que en un minúsculo impulso eléctrico hacen que el más miserable de los humanos contenga un órgano infinitamente más eficiente que cualquier forma, por grande que sea, del Frankenstein del conocimiento.

Personalmente y aún estupefacto por las obras de Zimbardo, Khaneman, Klein y Punset y otros tantos que en mi ignorancia no menciono, me veo inclinado a dejar espacio a la espiritualidad, lo que llamábamos “alma” y ahora llaman “conciencia”.

No investigué como Zimbardo, pero viví sus experimentos tanto con prisioneros reales como en escenarios llenos de humo y metralla en el suelo.

No reflexioné con la claridad y profundidad de Khaneman sobre la toma de decisiones, pero durante años y años observé el “ingenio” de, y permitirme la licencia binaria, buenos y malos en las situaciones más extremas, el que se guarda un paquete de chicles en una tienda sin pagarlo, hasta el que conduce una furgoneta sobre la acera arrollando la vida de 16 personas.

No pude tomar la distancia en el tiempo de Harari y comprender o vislumbrar la trayectoria de la especie, pero hice de la anticipación un método de trabajo para, de alguna manera, canalizar el efecto inhumano, de nuestra conducta a muy pequeña escala.

Tampoco pude poner en cuestión al sistema o a los sistemas como Klein destapó, sin embargo al formar parte de ese sistema si que constaté la falacia o falacias sobre las que se mueve y , hoy por hoy, abatido, comprender lo poco que puede el individuo por cambiarlo, enfrentarlo o destaparlo.

Dicho todo esto, no puede estar más agradecido por haber compartido horas y horas entre las páginas de todos ellos, no puedo dejar de sentir admiración por sus trabajos y esfuerzos, y siento una gran necesidad de seguir leyendo a los siguientes que me ofrezcan respuestas, y en su defecto, argumentos sólidos, empíricos, coherentes, sinceros y porqué no, nobles.

Creo firmemente en que cada uno de nosotros debe dedicar esfuerzos para comprenderse y comprender al resto, más allá de los dogmas, leyes, normas, horóscopos, gurús y religiones, incluso más allá de las páginas de los libros.

Cada uno debe hacer un viaje en el inhóspito mundo interior y comprometerse en mejorar , siempre de la mano de la constante actualización del conocimiento, de la humildad de reconocer la propia ignorancia, el aplauso y el ánimo al que nos ayuda en ese viaje con su propio esfuerzo, y el cariño sincero y profundo por quien decide ser buena persona , para si misma y para quien le otorga también su cariño.

No hay fuerza más valiosa, ni ceros en una cuenta corriente que iguale, dejar este mundo , como dice el cantante, “teniendo paz adentro”.