Paradoja número 15, y un desafío.
Camino por una calle de Barcelona, veo un grupo de mujeres con banderas y pancartas gritando, protestando a un edificio.
Frente a ellas veo a un grupo de uniformes con escudos, cascos y una especie de armadura conformando una línea para impedirles el paso.
Me detengo a observar a los uniformes y debajo de cada casco cuento a cinco hombres , cuatro mujeres y una de ellas es la que está al mando.
Sigo extrañado con más cuentas, de esos nueve uniformes, hay dos personas de raza negra, tres caucásicos, una oriental y el resto no lo se.
¿Qué demonios está pasando aquí?
Según Netflix, estos uniformados deberían ser hombres blancos, al mando de otro hombre blanco más gordo, y más anciano.
Pienso que hay un error en este tipo de metaverso, se ha equivocado con los avatares y los ha puesto en el sitio equivocado.
Sigo caminando intentando esquivar la situación y sobrepaso las furgonas de policia con sus sirenas encendidas.
No levanto la mirada, por aquello de no meterme en líos, aunque veo en la esquina a los dos sin uniforme que me miran, escudriñan y evalúan, pues son los que se cuidan de los que están disfrazados delante frente a las mujeres que gritan.
Detrás hay unas ambulancias, que forman parte del séquito. Y en ese espacio entre lo azul y lo amarillo, dos sin importarles sus colores , hablan.
– ¿ A que hora plegas?
– No se, a saber cuándo acabará el.pollo este.
– Ya ves, yo he tenido que llamar a mi madre para que vaya a recoger a la niña al cole.
– Suerte la tuya, yo estoy pagando a una canguro.
Percibo entonces que les importa muy poco las motivaciones y conflictos que hay a apenas unos metros más allá pero que las ha traído aquí. Están ahí para los efectos y no para las causas.
Derrepente siento un ligero empujón en mi espalda, me asusto y pienso … “no debería estar aquí”, pero veo que ha sido un tipo que lleva en su hombro una cámara de TV pesada y unas mochilas con aparatos, delante de él corre una chica con un micrófono en la mano cuyo cable está unido a la cámara. Van muy apurados y ella le dice:
– ¡Corre! Dicen que se va liar y nos lo vamos a perder.
Percibo en ellos, que lo que les importa , no són ni las causas, ni los efectos. Están allí por intereses.
Me meto en un supermercado pequeño para comprar un poco de agua, junto a la caja registradora hay un hombre sentado casi en el suelo, con el cabello oscuro y una barba cuidada. No me ve.
Tiene una mano sobre su cabeza y en la otra un móvil, del móvil escucho la voz de una mujer que habla en un idioma que no entiendo.
La mujer al otro lado del móvil, habla muy deprisa y agitada y por el ruido percibo que está caminando en una calle con mucho ruido.
Miro al hombre, no veo su rostro, pero si como una lágrima se descuelga de su nariz y cae al suelo, para unirse a unas cuantas más.
Y percibo y siento que ninguno de los dos está donde quieren estar. Qué en ese instante darían cualquier cosa por abrazarse muy fuerte.
Desisto de comprar agua y robarles ni un solo segundo de estar juntos aunque lejos.
Creo que necesito alejarme de todo esto un poco, así que camino unas calles más y llego a un parque, me siento en un banco y me dispongo a ponerme los auriculares en las orejas para escuchar musica, esos malditos auriculares con cables que están entrenados en hacerse nudos imposibles, y mientras los desenredo, descubro detrás de mi, en un árbol a una pareja acaramelada.
-¿Me quieres? dice ella.
-Ya sabes que si, contesta el.
Por fin un poco de buen rollo, pienso.
– ¿Entonces… cuando vas a dejar a tu mujer?
– Pronto, muy pronto, solo dame un poco más de tiempo.
Maldigo al cable de los auriculares por no haberme ahorrado esa conversación de mierda.
Al fin, tapo mis orejas
A veeer, Spotify… mis playlist… y me da pereza ponerme a elegir, así que lo pongo en reproducción random.
Cuando va a empezar el primer sonido, una pelota impacta sobre mis manos, mi móvil y claro, los auriculares que vuelan y me dan un tirón muy doloroso.
Me apresuró a recoger el aparato, que está en el suelo junto a la pelota.
Llega un niño, recoge la pelota y se marcha.
Y pienso. “¡Soy invisible!”
Sea por casualidad o por causalidad, el primer tema en llenar mi cabeza es de Disturbed.
Me levanto del banco, y vuelvo a caminar, la pelota por aquellas cosas de la vida se va a cruzar en mi camino, y como si fuera el mismísimo Messi disparando un penalti la chuto con tal fuerza que va a parar al balcón del 4o 1a de la calle adyacente al parque.
Soy invisible, no pasa nada. Pienso.
Advierto en la expresión de mi cara una fúria que no sabría decir si era por la música o por el dolor de mis orejas, sea como sea, era una expresión lo suficientemente fea como para que los niños no se me acercaran. O puede que quizás realmente era invisible.
Me sobrepasa un patinete a velocidad cercana a la luz… culpa mía, aún no estoy acostumbrado a que en la acera hay un carril pintado para bicicletas y patinetes.
A mi izquierda llega la apertura de un callejón, sucio, claro, sino, no seria un callejón de Barcelona.
Una chica con capucha tapa su cara de ángel, se mete en el callejón.
Por el rabillo del ojo, al superarlo observo ese ágil movimiento entre las manos de la ángel y una sombra que poco tenía de celestial.
Transacción hecha, bolsita de polvo blanco al bolsillo y un puñado de billetes arrugados desaparecen dentro de la sombra.
Ella me mira fugazmente.
-No es un poli, piensa
Sale del callejón con la capucha de la miseria puesta y sigue su camino calle abajo, calle abajo.
No se porqué mi corazón se ha compungido por un instante, después de todo es normal que los ángeles anden esnifando mierda porqué como están las cosas, mejor matarse aunque ya estén muertos.
Tal y como está yendo la tarde, lo último que debo hacer es meterme en el metro. Quizás la gente no sabe que todos los metros del mundo pertenecen al reino de Ares.
Y la verdad, la vida se me está haciendo bola.
El volumen de la música baja, ha llegado un WhatsApp.
– ¿Será ella? Pienso.
Y sigo caminando sin tocar el mobil. Y advierto que hoy ha sido la primera vez que me ha venido a la mente. Me felicito. Y me doy golpecitos en la espalda pensando, ya estás casi listo.
Entro en el Bar, tiene estanterías con libros, unos sofás, me quito los auriculares y escucho su jazz, los aromas de incontables tés llegan a mi cerebro antes de que los pueda ver.
Una mesa de uno, con una silla sin pareja, ese es ahora mi sitio. Y me reconforta, porqué como dice Beret, “porqué contando el miedo éramos tres” y ya no hecho de menos a los otros dos.
Miro los libros de las estanterías del local, que como las prostitutas del barrio de al lado, muestran sus lomos adornados para ser escogidos y pasar un rato. Pero no. Hoy no.
Se me acabó el té, y la camarera, retira el servicio, me mira y dice,
– Siento que ella hoy tampoco haya venido.
– Gracias, no lo sientas, estoy en la mesa para uno.
Y me reconforto, esa amiga que “quería hablar de sus cosas”, no se había presentado por enésima vez, aunque me dejara mensajes de madrugada concertando un nuevo encuentro que no iba a encontrar.
Percibo en mi rostro una nueva calma, una nueva paz. Me levanto, pago y me despido de la camarera que sabe que ya no volveré más.
Ya es hora de volver a casa, y mientras lo pienso, me descubro en un reflejo en el cristal de una tienda de música.
Qué hermosa analogía, me miro,, me sonrio y se que lo mío es desafinar, porque en esta gran sinfonía con forma de Barcelona, lo siento pero desafino.
Percibo que mi mente ahora está conmigo atenta a como me va a cuidar. Y pienso que quizás es lo mejor que me ha pasado hoy.
Ahora te desafío a tí. Dicen que en una obra , si en el primer acto aparece una pistola, en el tercer acto se disparará.
¿Qué decía el mensaje de WhatsApp que no miré?