Esta es una imagen que, a pesar de su crudeza, evidencia una realidad que nuestra sociedad actual a menudo prefiere ignorar. Se trata de la fotografía de un grupo de miembros de las maras salvadoreñas, despojados, rapados y apiñados unos contra otros, rodeados por la fuerza policial y militar. La imagen en sí provoca un eco inquietante de otras escenas horribles de la historia humana, recordándonos los campos de concentración nazis. Esta visión plantea un dilema moral profundo, el cual pretendo explorar en este artículo.

Primero, consideremos la naturaleza de las maras. Son entidades violentas, brutales, sin ningún tipo de código ético aparente. Matan, extorsionan y aterrorizan a la sociedad. Su existencia nos recuerda las conclusiones a las que llegó William Golding en su obra “El señor de las moscas”, donde sugiere que los seres humanos, en esencia, se organizan de forma mafiosa. Esta idea se refuerza por la historia de la humanidad, en la que la violencia y el miedo han sido las herramientas de control y organización más comunes.

Por otro lado, nuestra sociedad moderna se rige por valores de humanismo y dignidad humana. Aspiramos a la paz, a la justicia, a la protección de los derechos humanos. Pero, ¿cómo conciliamos estas aspiraciones con la realidad de nuestra naturaleza violenta? ¿Y cómo abordamos el hecho de que, a pesar de nuestras mejores intenciones, la violencia sigue siendo una parte fundamental de nuestra realidad, ya sea en las guerras actuales o en la existencia de empresas privadas de sicarios como Blackwater y Wagner?

El experimento de Stanford, descrito en el libro “El Efecto Lucifer” de Philip Zimbardo, y la “doctrina del shock” de Naomi Klein, nos aportan una comprensión más profunda de la capacidad humana para la violencia y la crueldad, especialmente en circunstancias de poder y autoridad descontrolados.

Todo esto plantea una cuestión incómoda pero esencial: ¿es la violencia inherente a la humanidad? Y si es así, ¿qué significa eso para nuestros ideales de paz y justicia?

Aquí es donde las cosas se complican. No puedo ofrecer una conclusión simplista o políticamente correcta. La evidencia sugiere que la violencia es, de hecho, una parte fundamental de nuestra naturaleza. Esto no significa que debamos aceptarla o permitirla, pero sí significa que debemos reconocerla y entenderla.

Quizás la única forma en que podríamos superar nuestras tendencias violentas sería a través de una amenaza externa común que nos obligara a unirnos y colaborar por la supervivencia de la humanidad. Pero hasta que ese día llegue, debemos seguir luchando por nuestros ideales de paz y justicia, por muy imperfectos que sean, y no ignorar la parte oscura de nuestra naturaleza, sino enfrentarla.

Entonces, ¿qué hacemos con esta realidad? Primero, es esencial que no olvidemos que la violencia es una elección, no una inevitabilidad. Aunque pueda parecer que la violencia es un componente fundamental de nuestra naturaleza, también lo son la empatía, la cooperación y el altruismo. Nuestra historia está llena de ejemplos de personas y comunidades que han elegido el amor por encima del odio, la paz por encima de la violencia. No podemos permitir que la sombra de la violencia oculte la luz de estos aspectos igualmente humanos de nuestra existencia.

En segundo lugar, debemos reconocer que, aunque la violencia puede ser poderosa, no es invencible. No es más fuerte que nuestra capacidad para el cambio y la adaptación. Si queremos vivir en un mundo más pacífico y justo, debemos comprometernos a encontrar formas de canalizar nuestras energías hacia la construcción y no la destrucción. Esto puede implicar cambios fundamentales en la forma en que organizamos nuestras sociedades y manejamos nuestras diferencias, pero el esfuerzo vale la pena.

Por último, pero no menos importante, debemos enfrentar el hecho de que la justicia no puede existir sin responsabilidad. Si queremos un mundo más justo, debemos estar dispuestos a responsabilizarnos de nuestras acciones y a rendir cuentas por nuestras decisiones. La impunidad solo perpetúa el ciclo de violencia.

En conclusión, la imagen de los miembros de las maras salvadoreñas me recuerda la complejidad y la profundidad de los dilemas morales que enfrentamos como sociedad. Pero también me recuerda que tenemos la capacidad de elegir. Podemos elegir ser definidos por nuestra violencia, o podemos elegir luchar por la paz, la justicia y la dignidad humana. Aunque la violencia puede ser una parte de nuestra naturaleza, no es toda nuestra naturaleza. Al final del día, la elección es nuestra.